sábado, 22 de noviembre de 2008

De Francisco Javier Illán Vivas

¡Qué bellos son los sueños de juventud! Recuerdo ahora mismo unas frases de Rodríguez Marchante, en el sentido de que no “pasaron ni dos milésimas de segundo entre que se inventó el cine y se apoderó de él la fantasía, que es un espejismo sin sed, una erupción vistosa en la piel hastiada de la realidad, otro modo de respirar y oxigenarse”, y esa fantasía vive sobre todo en la literatura juvenil, donde el autor, y el lector, se sienten jubilosamente libres, como apuntaba Fernando Marías. Así creo que se tuvo que sentir Montse de Paz dando vida al reino de Slavamir y a sus personajes... Así me sentí yo mientras leía en voz alta (como aquel abuelo de La princesa prometida) este bonito cuento de supervivencia, lealtad y heroísmo, a mi sobrino. ¿Sabéis por qué? Por que mientras duró la lectura de Estirpe salvaje, me olvidé del cambio climático, de los desastres ecológicos que se avecinan, de la crisis económica, del impuesto sobre la renta, de la hipoteca, de... y me sentí como si volviese a tener quince años.

Estirpe salvaje forma parte del apartado de mi biblioteca que llamo “Veinte mil leguas de lecturas para soñar”.